Alcanzar una consciencia más amplia, de unidad, de integración, aceptación personal y universal, es parte de lo que nos inspira al transitar y acompañar un proceso terapéutico.
Para ello, es necesario conocer e integrar nuestros aspectos en sombra a los que, una vez, desterramos de nuestra identidad mediante fronteras imaginarias entre “lo que quiero ser” y “lo que quieren que sea”; o “lo que me ha convenido ser” y “lo que no me ha convenido ser”, por ejemplo, entre la sucesiva infinidad de opuestos en los que comenzamos a movernos.
Este paradigma dual, marca las primeras fronteras. Determina nuestro modo de pensarnos a nosotros mismos de manera fragmentada. Es cierto que llegamos a esta vida absolutamente vulnerables, y no nos equivocaremos al pensar que, de niños, somos y actuamos como verdaderos supervivientes. Hacemos lo que haga falta para adaptarnos, para ser aceptados, cuidados, amados… Como si entendiéramos (sin intelectualizar) que, si hace falta fragmentarse, enviar a la “sombra” aspectos o actos que no son bien recibidos, lo hacemos. Si conviene alienarnos, nos alienamos (que es como olvidarse de Uno, de la Unidad que somos).
Esa fragmentación y alienación (en tanto olvido del Ser integral) nos acarrea infinidad de sufrimiento y conflictos; especialmente, en las relaciones sentimentales, en la ausencia de ellas, y/o en la imposibilidad de dar un sentido trascendente o una comprensión existencial a nuestras vidas.
Las terapias humanistas occidentales, también han integrado, desde ya, miradas que pertenecían a perspectivas orientales (el otro polo del mundo), o conceptos de las nuevas ciencias, desde la comprensión de la Teoría de la Relatividad de Einstein, la Ecología, o la Física cuántica y las Neurociencias aplicadas al conocimiento de nuestra psiquis y comportamiento para impulsar la evolución de las personas dado que, dichas nuevas perspectivas, nos religan con lo trascendente y lo misterioso de la existencia; nos religan al Amor, cuestión que también trasciende posiciones duales como por ejemplo ciencia y religión, sin entrar en el terreno personal de los caminos espirituales, que no es, a priori, el campo de nuestro trabajo como psicoterapeutas.
Lo interesante, en el trabajo personal de integración, es que los conflictos, vistos como batallas, no se resuelven desde una Consciencia de Unidad1 sino que SE DISUELVEN. Pierde sentido discutir “porque tú… (tal cosa)”, por ejemplo, si esa “cosa” también está en mí, y por el mero hecho de que la veo (en ti), la integro en mí2.
El trabajo que permanentemente hacemos en terapia de grupo con las proyecciones asumidas, por ejemplo, es fundamental a la hora de integrar los aspectos en sombra. Y si bien me suelen escuchar tantísimas veces, diciendo que la proyección no exime al proyectado, está comprobado por todos nosotros que, mirar al “otro” sabiendo y asumiendo que es como un espejo, puede doler, pero ya no violentar.
Desde este concepto de integración o conciencia de unidad, en el que no hay fronteras reales entre opuestos, entre mis virtudes y defectos, entre mis zonas iluminadas o conscientes y mis zonas en sombra, podemos comenzar a entender que las fronteras, son necesarias para crear mapas, para conocer (con el intelecto), para clasificar y dar un tipo de identidad –a través de las palabras– a la inmensa variedad de existencias, orgánicas e inorgánicas, sutiles o concretas, materiales o no, a través de las cuales se manifiesta la vida.
Una de las cuestiones que revolucionó más al pensamiento científico tradicional (paradigma mecanisista) fue el hecho de comprobar que no hay frontera real entre objeto y observador. El sujeto y el objeto se interpenetran (Einstein, Teoría de la relatividad). Esta comprensión nos impulsa a comprender que vivimos en una realidad tridimensional llamada dimensión Espacio-Tiempo.
Por otro lado, y con anterioridad a Eistein, Kurt Lewin desarrolló la Teoría de campos al constatar que la interacción de los objetos en un determinado campo está condicionada a reglas que son propias del campo y no de los objetos. A la vez, los objetos tienen reglas propias que se desarrollan dentro de ese campo.
Dicho de otra manera, es la Energía la que condiciona a la Materia, y no al revés.
Así que podríamos inferir que, hasta ahora o por ahora (dependiendo de nuestra comprensión y actitud), vivimos en un Universo “de lo separado”, de lo material, de la distancia que he de transitar (espacio-tiempo) entre mi deseo (yo-materia) y el objeto de mi deseo (sueño o meta materia). Moverse de materia a materia, además, requiere mucho tiempo y esfuerzo.
Pero si pudiéramos conectar con la consciencia universal (o espacio cuántico o dimensión del Campo Unificado), entraríamos en otras reglas de juego. Otras reglas en las que desaparecería la separación, la distancia y, por ende, el tiempo.
Si entramos en un campo demasiado emocional –amígdala emocional o cerebro más primitivo– (por ejemplo, de heridas infantiles) las vibraciones serán electroquímicas, cercanas a la materia, y la relación puede perderse en una constante batalla de proyecciones no asumidas, y un “avanzar estéril, denso, muy lento). Recordemos que el Campo modifica la materia y no al revés).
Si, por el contrario, pudiéramos entrar en un campo de pensamiento más elevado (proveniente del neocortex), las ondas vibracionales serían electromagnéticas, alineadas con las ondas vibracionales del Espacio Cuántico o Campo Unificado, o, forzando la idea, estaríamos alineados con las ondas vibracionales del Amor. Eso nos permitiría disolver los conflictos, por estar en la consciencia de Unidad; así como movernos más ligera y rápidamente hacia la meta deseada, puesto que movernos de energía a energía y no de materia a materia, elimina el espacio-tiempo.
Podríamos decir también, que es el campo el que propicia la experienciación del “nosotros” en tanto dimensión potenciadora (que, sin pertenecer a uno u a otro, pertenece a ambos y a todos los componentes de un grupo o sistema). Me gusta la frase que reza así: No es el amor lo que hace posible el vínculo; es el tipo de vínculo lo que hace posible el amor.
La consciencia de unidad, en pocas palabras, es la compresión de lo que no tiene demarcaciones, éstas solo existen en nuestra mente.
Esta introducción, sin embargo, no es una invitación a perder los límites del Yo, en el sentido más respetuoso y en la dimensión de lo cotidiano, en donde conviene estar bien enraizados, sin perdernos en la inmensidad del espacio cuántico. Solo accedemos a él, en tal caso, tras un profundo autoconocimiento. Y a tal fin, va nuestra labor como terapeutas.
Aquí también cabe recordar que “el mapa no es el territorio”. El mapa, en tal caso, ha de ir corrigiéndose para no transformarse en idealidades infantiles, rígidas o absolutas, que tanto conflicto narcisista acarrean.
En el aquí y en el ahora, toda esta compresión tan sintetizada y comprimida, ha de inspirarnos, ha de responsabilizarnos, expandirnos sin riesgo de disolución, y ha de servir también, para animarnos a establecer relaciones más adultas, menos egoicas.
2. Ejercicio de “La proyección asumida” que se practica habitualmente en los grupos de Terapia Gestalt.